Exhibitions and interviews
Exhibitions
SOLO EXHIBITIONS
2022
TOCAR EN BLANCO Y NEGRO. Azul Tierra, Barcelona. 19 Octubre – 24 Noviembre
Precio: 30€ + (5 € gastos de envío Nacional)
Edición Limitada, tapa Dura, Tamaño A4 (21 x 30 cm), 69 páginas. Texto por Gloria Cohen. Español/Inglés
Impresión Nova Era Publications
Toda la recaudación se usará para financiar mi próximo proyecto expositivo, del que ya formaréis parte.
Gracias de corazón.
Sergio
2022
CORPO, CAVALO, FIGURE. Municipal Museum of Faro, Portugal. Enero – Marzo 2022
2020 CUERPO, CABALLO, FIGURA
Espacio Santa Clara, Morón de la Frontera, Sevilla. España. 20 noviembre – 20 diciembre 2020
“Mientras la ciencia tranquiliza, el arte perturba” (George Bracque)
El negro es más que un color. Es un tiempo. Es una expresión. Es una hegemonía. En tiempos del Renacimiento llegaba a España de ultramar el llamado Palo de Campeche, un árbol de la familia de las leguminosas cuyas ramas facilitaban la consecución del tinte negro, el morado o el verde. Palo de tinte, Haematoxylum campechianum, el negro que se convertiría en la expresión más clara de la moda española. Sería la imagen de Felipe II y la imagen de España durante largo tiempo, una imagen de marca que aglutinaría conceptos como la austeridad, la seriedad, el rigor o la profundidad. Negro frente al colorido europeo. Negro como símbolo de poder, que no de tristeza, como símbolo de perdurabilidad, que no como pobreza mal entendida. Así lo entendieron los Austrias y así lo entendió el primer Borbón, Felipe V, que se revistió de negro cuando ocupó el trono de España. Negros son los ropajes de Pablillos de Valladolid en el retrato de Velázquez, la pintura que alabó Manet indicando que sólo “era aire lo que rodeaba al hombrecillo”. Negro sería le petite robe noir de Coco Chanel o el esmoquin femenino de Chanel. Negro para ellos y negro para ellas.
Negros son algunos de los caballos de Sergio Romero Linares. Negro sobre fondo negro, la vuelta de tuerca de un pintor en torno a un color que es sobre todo un concepto. También caballos negros sobre fondo blanco. La tesis y la antítesis, la demostración de que el mundo cabe entre dos colores que algunos definen como la negación del color. O su condensación. Y un protagonismo absoluto al animal, a su porte, a su realidad y a la sombra que proyectan; al fondo blanco de aire velazqueño en el que pueden levitar o al paisaje de playa en el que se integran y donde se convierten en protagonistas. Porque su pintura, partiendo de los clásicos del Barroco, partiendo de los retratos ecuestres velazqueños, transita por caminos contemporáneos que se basan en el cambio de protagonismos y en la mirada más actual a partir del conocimiento profundo de los rudimentos de la pintura. La pintura mancha. La pintura provoca sensaciones. La pintura transforma. Sergio Romero Linares es artista de su tiempo y borra a la imagen del poder barroca, borra al Príncipe Baltasar Carlos, al Conde Duque, a Felipe III, a las reinas Margarita de Austria o Isabel de Francia. El protagonista absoluto ahora es el caballo, tan noble o más que sus antiguos dueños y señores, caballos que se estilizan, que posan en perfecta posición de firme o que galopan con el ritmo pausado del que sabe captado por unos pinceles. No es aventurado decir que los caballos de Sergio Romero asumen la prestancia de los antiguos retratos, el género que prostituyó Instagram para los humanos pero que mantiene su dignidad y su idea de ir más allá de una representación gráfica: es la captación de una sicología, aunque sea la de un animal. Un animal, no se olvide, revestido de la mayor nobleza.
Frente al negro, el blanco. El caballo también puede ser blanco. Y entre ambos puede haber una infinita paleta de colores, como en la vida. Negro y blanco pueden ser colores de luto, según qué cultura. Negro y blanco pueden ser colores de boda, según las épocas. En un ejercicio de mirada al pasado, las fotos de nuestros abuelos y de nuestros bisabuelos nos pueden mostrar a las novias vestidas de cualquiera de los colores, así son los tiempos pasados. Pasarán las modas, pero lo esencial permanece. Quizás ahí esté la trascendencia de las obras de Sergio Romero, el pintor que se atreve a pintar a una novia de blanco sobre un fondo negro. Suena a literatura, como aquella Señora de rojo sobre fondo gris, pero también suena a descripción pictórica de inventarios de siglos pasados, fichas de catálogos para describir en muy poco espacio el contenido de una escena. Las obras de este artista parecen seguir la vieja máxima de lo menos es lo más, hasta en la propia titulación: caballo, novia, expiración, figura, cabeza, piernas… Decía Joan Miró que “era necesario superar lo plástico para llegar a lo poético” y Romero alcanza la perfección del soneto jugando con la elegancia de los endecasílabos y con la supuesta facilidad de las estrofas del romance. Hacer fácil lo difícil. Una conjunción difícil de alcanzar pero que puede tener uno de sus secretos en las miradas de sus retratos, la belleza inaccesible y la distinción en la mirada de Sofía, el espíritu que se escapa de una Expiración, la muerte hecha silencio meditativo que se funde con el negro del fondo, la mirada distanciada de un hombre o de una mujer que posan. Caben todos los mundos en las miradas de los retratados por Sergio Romero, elegidos que se convierten en seres trascendentes, otra vez Velázquez, como aquellos bufones barrocos que ya no son seres deformes, ni dementes pintorescos ni discapacitados burlescos, sino personajes que trascendieron a sus motes y a sus apodos. Ni Calabacillas, ni Primos ni Niños de Vallecas, cada retrato es un mundo y un ser humano dotado de la trascendencia que otorga un pincel. Casi una función divina en manos del artista.
Blanco. Negro. Y cuerpo. Otra constante en la obra de Sergio es el cuerpo humano, el espíritu de un hombre representado en la dualidad de su naturaleza. El hombre s cuerpo y es espíritu. Es presente y es futuro. Tiene apego a la tierra y aspira a los cielos. Un hombre que expira es síntesis de una vida. Sobre el lienzo y la madera, dos materias para una sola existencia. Unas veces lo representa mirando a los cielos. Otras, con ojos cerrados posados en el suelo. Pero siempre captando la máxima expresión del más fugaz instante. Toda una vida pasa por unos ojos que miran al cielo que pretenden alcanzar, aunque los pies se aferren a la tierra. Una vida que puede ser del color que todavía vive en unos ojos o del negro de un cuerpo ya fundido. Fundido en negro. Ascensiones y muertes corporales y espirituales. Toda la curva a la que Gaudí atribuía origen divino da forma a un cuerpo estilizado, sintético, ascéticamente delgado, con cadera al aire que recoge la mejor tradición del Barroco en pleno siglo XXI. Síntesis de una vida y la síntesis de una tradición de siglos. No hacen falta cruces a hombres que son su propia cruz y que simbolizan la mejor y más naturalista simplificación de la iconografía cristiana. Cuadros humanos y divinos que son el
triunfo de la vida aunque se enmascaren de muerte
Blanco. Negro. Paisaje. Cuerpo. Mirada. Piel. Rojo como forma de velar al modo clásico, filtros al modo barroco en el tiempo de los filtros de las cámaras en un móvil. Mujeres que se hacen monocromías rojas. Azules que se hacen dueños y señores. Y un silencio que se convierte en parte de cada una de las obras. Si hubiera que pensar en el silencio como elemento que conforma un cuadro nos vendría pronto a la mente la obra de Francisco de Zurbarán, la escena de San Hugo ante el Papa en una entrevista en la que no hay más que hablar, las miradas bajas de los cartujos en un refectorio en el que la carne es un elemento del que prescindir: todo es mirada, todo es silencio, todo es el blanco de las telas cartujas. Hay silencio en las miradas de los retratados por Sergio Romero como hay silencio en el orden de un cuadro de Giorgio Morandi. El silencio de miradas que parecen cargar con el poso de una sabiduría de siglos, con la aceptación del propio yo y de las propias circunstancias. Rostros y paisajes silenciosos sabedores de que la trascendencia está por encima del diálogo superfluo, de la palabrería barata. Silencio de cartujos que sólo se rompía en saludos ocasionales: “Hermano, morir tenemos”. Y una respuesta de aceptación concisa: “Ya lo sabemos”. No puede haber más trascendencia.
La obra de Sergio Romero bebe de esa trascendencia. Huye de los superfluo. Hace poesía de lo cotidiano, hace meditación de la pincelada. Nada a contracorriente. Choca con unos tiempos narcisistas y superficiales. Hace espíritu en sus anatomías, en sus carnes, en un tiempo de siliconas, de implantes y de retoques fotográficos. Crea arte condensado en tiempos de fuegos fatuos, elabora personalidades profundas en tiempos de vanidades perecederas, crea realidades en tiempos de apariencias. Es vanguardia que bebe y aprende de los clásicos para mirar hacia un futuro donde reinará la belleza, captando el alma de las cosas en un tiempo que se queda en las pieles superficiales. Su reino, su pintura, no es de este mundo. Afortunadamente.
“While science soothes the mind, art perturbates it” (George Bracque)
Black is more than a colour. It is a period. It is an expression. It is a supremacy. It is hegemony. In times of the Renaissance, the so-called Palo de Campeche, a tree of the legume family, arrived in Spain from overseas, the branches made it easier to achieve the black, purple or green dye. Palo de tinte, Haematoxylum campechianum, the black that would become the clearest expression of Spanish fashion. It would be the image of Felipe II and of Spain for a long time, a brand image that would bring together concepts such as austerity, seriousness, rigor or depth. Black versus European color. Black as a symbol of power, not sadness, as a symbol of durability, not poorly understood poverty. This is how the Austrians understood it and this is how the first Bourbon, Felipe V, who dressed in black when he occupied the throne of Spain, understood it. Black are the clothes of Pablillos de Valladolid in the portrait of Velázquez, the painting that Manet praised, indicating that only “it was air that surrounded the little man”. Black would be Coco Chanel’s le petite robe noir or Chanel’s feminine tuxedo. Black for men and women.
Black are some of Sergio Romero Linares’ horses. Black on a black background, the twist of a painter around a color that is, above all, a concept.
Also black horses on white background. The thesis and the antithesis, the demonstration that the world fits between two colors that some would define as the negation of color. Or its condensation. The absolute prominence and reality of the animal is bearing so is the shadow that they project. to the white background of Velazquez air in which they can
levitate or to the beach landscape in which they are integrated and where they are destined as protagonists. Because his painting, starting from the Baroque classics, starting from the Velazquez equestrian portraits, travels through contemporary paths that are based on the change of protagonism and on the most current look based on a deep knowledge of the rudiments of painting. Paint stains. The painting provokes sensations. Painting transforms. Sergio Romero Linares is an artist of his time and he erases the image of baroque power, he erases Prince Baltasar Carlos, the Count Duke, Felipe III, the queens Margarita of Austria or Isabel of France. The absolute protagonist now is the horse, as noble or more than its former owners and lords, horses that are stylized, that pose in a perfect firm position or that gallop with the leisurely rhythm of the one who knows captured by some brushes. It is not risky to say that Sergio Romero’s horses assume the prestige of ancient portraits, the genre that Instagram prostituted for humans but maintains its dignity and its idea of going beyond a graphic representation: it is the capture of a psychology, even if it is that of an animal. An animal, do not forget, dressed in the highest nobility.
Against black, white. The horse can also be white. And between the two there can be an infinite palette of colors, as in life. Black and white can be colors of mourning, depending on which culture. Black and white can be wedding colors, depending on the times. In an exercise in looking at the past, the photos of our grandparents and our great-grandparents can show us brides dressed in any of the colors, such are the past times. Fashions will pass, but the essential remains. Perhaps there is the significance of the works of Sergio Romero, the painter who dares to paint a bride in white on a black background. It sounds like literature, like that Lady in red on a gray background, but it also sounds like a pictorial description of inventories from past centuries, catalog cards to describe the content of a scene in a very small space. The works of this artist seem to follow the old maxim of the least is the most, even in the title itself: horse, bride, expiration, figure, head, legs … Joan Miró said that “it was necessary to go beyond the plastic to reach the poetic ”And Romero achieves the perfection of the sonnet playing with the elegance of the hendecasyllables and the supposed ease of the verses of romance. Make the difficult easy. A conjunction that is difficult to achieve but that may have one of its secrets in the gazes of her portraits, the inaccessible beauty and distinction in Sofía’s gaze, the spirit that escapes from an Expiration, death turned into meditative silence that merges with the black in the background, the distant gaze of a posing man or woman. All worlds fit into the gazes of
those portrayed by Sergio Romero, chosen who become transcendent beings, once again Velázquez, like those baroque buffoons who are no longer deformed beings, nor picturesque insane nor burlesque disabled, but characters that transcended their nicknames and their nicknames. Neither Calabacillas, nor Primos nor Niños de Vallecas, each portrait is a world and a human being endowed with the transcendence that a brush grants. Almost a divine function in the hands of the artist.
White. Black. And body. Another constant in Sergio’s work is the human body, the spirit of a man represented in the duality of his nature. Man is body and is spirit. It is present and it is future. He is attached to the earth and aspires to the heavens. A man who expires is the synthesis of a life. On canvas and wood, two materials for a single existence. Sometimes it represents him looking at the skies.
Others, with closed eyes perched on the ground. But always capturing the maximum expression of the most fleeting moment. A whole life passes through eyes that look to the sky that they try to reach, although their feet cling to the ground. A life that can be the color that still lives in eyes or the black of an already molten body. Fade to black. Ascents and physical and spiritual deaths. The entire curve to which Gaudí attributed divine origin gives shape to a stylized, synthetic body, ascetically slim, with an open hip that reflects the best tradition of the Baroque in the XXI century. Synthesis of a life and the synthesis of a centuries-old tradition. Crosses are not needed for men who are their own cross and who symbolize the best and most naturalistic simplification of Christian iconography. Human and divine paintings that are the triumph of life even though they disguise as death.
White. Black. Landscape. Body. Look. Skin. Red as a way of veiling in the classic way, filters in the baroque way in the time of the filters of the cameras on a mobile. Women doing red monochromes. Blues that become lords and masters. And a silence that becomes part of each of the works. If silence were to be thought of as an element that makes up a painting, the work of Francisco de Zurbarán would soon come to mind, the scene of Saint Hugo before the Pope in an interview in which there is nothing more to talk about, the downward gazes of the Carthusians in a refectory where meat is an element to be dispensed with: everything is gaze, everything is silence, everything is the white of Carthusian fabrics. There is silence in the looks of those portrayed by Sergio Romero as there is silence in the order
of a painting by Giorgio Morandi. The silence of gazes that seem to carry the residue of centuries of wisdom, with the acceptance of one’s own self and one’s own circumstances. Silent faces and landscapes knowing that transcendence is above superfluous dialogue, cheap talk. Carthusian silence that was only broken by occasional greetings: «Brother, we have to die.» And a concise acceptance response: «We already know.» There can be no more significance.
Sergio Romero’s work draws on that transcendence. Run away from the superfluous. He makes poetry of the everyday, he does meditation on the brushstroke. Nothing against the current. It collides with narcissistic and superficial times. He makes spirit in their anatomies, in their flesh, in a time of silicones, implants and photographic retouching. Create condensed art in times of wisps, craft deep personalities in times of perishable vanities, create realities in times of appearances. It is avant-garde that drinks and learns from the classics to look towards a future where beauty will reign, capturing the soul of things in a time that remains on superficial skins. His kingdom, his painting, is not of this world. Fortunately.
2018 IMAGEN Y SÍMBOLO.
Casa de la Provincia, Sevilla. 28 noviembre 2018 – 13 enero 2019
Comisaria de la exposición Imagen y Símbolo / Image and symbol curator
La oscuridad como ausencia de luz, como negación de lo concreto. La pintura de Sergio Romero Linares desarrolla una poética de la oscuridad. El retrato de una novia, el pelaje de un caballo, un rostro en expiración, unas manos que atrapan la mirada del espectador son algunos de los elementos que aparecen convertidos en símbolos en sus piezas. El artista sevillano presenta escenas en las que la ausencia de luz del entorno contrasta con la luminosidad de los personajes, creando potentes claroscuros. Imagen y Símbolo supone una experiencia de gran potencia visual e impacto estético que invade al espectador y en la que se subraya la belleza de lo oscuro.
El título de esta muestra alude a dos conceptos estrechamente vinculados con la producción de este pintor. El primero de ellos hace referencia a la representación de un aspecto de la realidad mediante elementos que nacen de la intuición y de la visión subjetiva del creador, que además debe ser descifrada. Así, su pintura no es una mera representación de lo real o de algo imaginario, sino que su imaginería parte de una idea, de un patrón, que, convertido en estímulo, da comienzo a su proceso de creación pictórica.
Por otra parte, el símbolo se define como la expresión de valores, conceptos e ideas a través de la utilización de asociaciones y sugerencias que conectan a estas con determinadas emociones. En este sentido, Romero Linares se vale de la carga simbólica de la imagen para potenciarla y subrayar determinadas emociones y sensaciones de forma consciente. En sus obras, los símbolos se encuentran desacralizados, ausentes de tintes religiosos, incidiendo en una iconografía laica que recoge de sus raíces y de la Historia del Arte, haciéndola suya y ofreciéndola al observador de manera transfigurada. Su interés como creador parte de lo cotidiano, de lo conocido, para, a través de ello, construir ambientes enigmáticos que inquietan y emocionan de igual manera, creando atmósferas cargadas de misterio que empujan al observador hacia la curiosidad, hacia la intriga. De esta forma, se produce un fenómeno de indagación que traspasa los límites de la pintura como vehículo expresivo para convertirla en un instrumento experimental.
La exposición Imagen y Símbolo consta de piezas de distintos formatos en las que se desarrollan imágenes y simbologías en torno al retrato, la figura humana y animal, la naturaleza como contexto, y la representación de iconografía religiosa, entre otras temáticas que el artista trabaja desde una óptica personal y original.
The darkness embodies the absence of light, denying all its concrete signs. The painting of Sergio Romero Linares leads us to the most poetic facet of darkness. The portrait of a bride, the coat of a horse, the countenance of whom is taking his last breath or some eye-trapping hands are, among others, the elements that are shaped in his paintings as symbols. The Sevillian artist presents scenes in which the absence of light in the backgrounds is in stark contrast with the vivid characters, thus, creating powerful chiaroscuros. Image and Symbol endows the viewer with an intense, high-powered experience determined by its aesthetic impact which highlights the beauty of darkness.
The title of the display refers to both concepts that are closely related to the painter’s production. On one hand, the former alludes to the representation of aspects of reality through elements which emerge intuitively from the creator’s subjective vision in order to be decoded by the audience. Hence, his painting is not a mere depiction of what is real or fictitious, but is the outcome of a nurtured idea or pattern that triggers the process of painterly creation.
On the other hand, the symbol is defined as the expression of principles, concepts or ideas by means of associations linked to certain emotions. Thereupon, Romero Linares potentiates and builds on the symbolic significance of the image to emphasize feelings and emotions in a conscious manner. The artist explores and embraces his roots and the History of Art to develop, in a very personal style, the concept of a secular imaginery shown in his paintings, where symbols are presented desacralized, absent of any religious hues.
It is in the ordinary and familiar where the artist finds his main motif. His very background contributes to the creation of intriguing and thrilling atmospheres laden with mystery. The embedded darkness in the compositions produces, thereby, a fact- finding phenomenon which goes beyond painting as an expressive means to its most experimental value.
Paintings on different formats can be seen in the display, Image and Symbol, where portraits, the human and the animal figures within nature as its proximate context and the representation of religious iconography are treated, among other motifs, from a personal and original perspective.
CARMEN RODRÍGUEZ SERRANO
Doctora en Historia del Arte / PhD in Art History
La vida y su verdad más profunda, desprovista de elementos disruptivos y repleta de honestidad y reserva, esa es la base sobre la que Sergio Romero Linares construye su obra, una obra donde la sinceridad es el punto de partida. El artista, a través del lenguaje figurativo contemporáneo, consigue acercar fragmentos extraídos de la existencia común, de las experiencias vitales que resultan más familiares, no exentas de una objetividad ficticia, fruto de la investigación, del estudio y del análisis de lo que le rodea, apoyándose para ello en la fotografía y en las vivencias esenciales derivadas de la observación en sus viajes.
Su personalidad creativa se desarrolla, además, gracias a las influencias de Giorgio Morandi y de Diego Velázquez, en su producción pictórica y de Medardo Rosso y de Antonio Susillo en la escultórica. La tradición artística está muy presente en su obra y son numerosos los guiños y homenajes que el pintor le brinda a lo largo de su joven, pero ya prolífico trabajo. Géneros como el retrato, el bodegón o el paisaje son abordados con una maestría y madurez impropia en un pintor que no ha pasado aun de la veintena. En todos ellos se debe destacar el interés por las búsquedas atmosféricas y por la sublimación de espacios y objetos cotidianos que pese a ser corrientes, se convierten en extraordinarios. Hay que subrayar, también, su interés por los volúmenes escultóricos, que desde su interior, manifiestan una tensión que no tiene porqué estar encadenada a lo visible, al resultado final. Y el retrato, género en el que brilla, donde figuras ordinarias son plasmadas como seres absolutamente excepcionales, al igual que sucedía con los objetos. Finalmente se debe advertir un elemento o recurso admirable en la producción del pintor, el aire, que parece no existir pero que inunda las habitaciones y permanece casi inmóvil entre el retratado y el espectador, convirtiéndose en un componente integrador que envuelve en una atmósfera pesada, en cierta medida inquietante, donde los silencios que emanan de la pintura, su aparente tranquilidad, generan una turbación en aquel que la observa. Y de esa observación de la obra de Romero Linares brota el deseo de evasión, de intimidad, que deriva, también, del tratamiento de las figuras en el espacio.
No obstante, cuando prescinde de la figura, son los objetos o el paisaje, carente de la presencia humana, los que trasmiten, del mismo modo, esa fuga de lo mundano en una clara huida hacia lo trascendental, sin olvidar la circunstancia vital.
Life and its deepest truth, devoid of any disruptive element but bursting with honesty, this is the underlying circumstance clearly observed in the work of Sergio Romero Linares, where sincerity is the starting point. The artist makes use of a personal, figurative and contemporary language to reveal extracts from his ordinary existence, his most familiar life experiences, though not exempt of the essence of a fictitious subjectivity resulting from intrinsic and extrinsic research and analysis. Photography is also of significant relevance in the artist’s process of creation, as well as his travelling experiences.
His creative personality is, besides, developed under the unquestionable influence of the paintings of Giorgio Morandi and Diego Velázquez, and the sculptural work of Medardo Rosso and Antonio Susillo. Several are the allusions and homages that the artist pays to the artistic tradition throughout his young but equally prolific career. Thus, pictorial genres like portrait, landscape, or even still life are tackled with such a masterly determination not usually found in artists of his age. Remarkable is the exaltation of daily spheres and objects that, in spite of their ordinary perception, are transformed into extraordinary elements merged seamlessly within captivating ambiances. Furthermore, the intrinsic nature of his sculptural work illuminates the outcome, the end result. The sculptural elements induce perceptual disruptions in the figure itself, hence opening new levels of meanings.
Portraits are his pièce de résistance, pictorial genre which best characterizes his work. In Romero Linares’ portraits, ordinary figures are depicted as magnificent entities, in the same manner as objects.
Lastly, let us remark an impressive element or resource that the artist makes use of: the air. It seems to be non-existent in his work but, in fact, it performs a vital role. Rooms and open spaces are filled with this air that remains still between the depicted figure and the observer, thus morphing into an integrating constituent involving the heavy, to some extent thrilling, atmosphere where the calm and silence that emanate from the painting and its apparent quietness, generate a feeling of perturbation to those who observe them. Likewise, it is by observing the work of Romero Linares that the strong desire of intimacy and evasion derived from the figures and spaces in the pictures emerges.
2016 INTERNO
Centro Cultural de la Villa, San José de la Rinconada, Sevilla 2 diciembre 2016 – 8 enero 2017
Interno.
Sergio Romero Linares.
La palabra antología proviene del griego y significa selección de flores. Se compone de un anthos y un legein. Es decir, flores y escoger, respectivamente. Podría decirse también, escogido de flores, entre otras variantes. Para no ir más lejos, quedémonos con la selección y dejemos el escogido y las variantes atrás. Quizá no pude haber tomado un ejemplo más desafortunado para comenzar a escribir sobre la estética del artista en cuestión. Por ello, me disculpo. Sin embargo, ahora es demasiado tarde para recular.
Sergio Romero Linares presenta Interno en el Centro Cultural de la Villa de San José de Rinconada (Sevilla). La exposición está conformada por una selección de trabajos realizados en los últimos tres años (2013-2016). Desde pintura hasta escultura, pasando por el dibujo y la litografía, Interno acerca al espectador a las primeras reflexiones del autor sobre la propia obra plástica. Por otro lado, el espectro abarca también, los cambios que se han suscitado en estos últimos tres años. Es decir, Interno marca una cartografía biográfica, donde es la misma obra la que deja patente la huella del autor sobre el mundo.
La primera serie de dibujos procede de una búsqueda que parte de la intuición. Un recorrido que tiene su origen, como casi todos, en el principio: las proyecciones iniciales a una poética de creación, hasta los últimos trabajos, tallados desde la trinchera del oficio y la experiencia. Interno quizá sea, porque nada está dicho, el resultado y el viaje de la construcción de un mundo configurado por la apropiación de una voz pictórica, donde el enigma o el interior es el lenguaje central.
Sergio Romero se aferra a la representación de espacios interiores en tanto la relación afectiva con dichos espacios exista. Habitaciones vacías, personas conocidas, pasillos luminosos que conducen a otra clase de oscuridad, espacios intermedios, en transición. Ventanas como portales, como abismos a otros infiernos. Puertas entre abiertas que esconden momentos íntimos y escritorios poco iluminados. Estos elementos se componen gracias a la inamovible cotidianidad y se transforman por la mirada de Romero Linares, quien suele repetir: “la fantasía o la neurosis están sobre a mesita de noche, sólo hace falta mirar más de cerca”
El resultado de este proceso consigue una relación tripartita compuesta con la sucesión de escenas narrativas, la atmósfera pictórica y el observador, quien entabla un diálogo o triálogo con la obra.
Las piezas que se presentan en la sala describen a través de una exhibición narrativa el proceso de creación de un mundo único. Buscan dejar manifiesto el contraste entre el reconocimiento de lo real -el momento afectivo- y el poder de absorción de la obra, que es infinito. Toda composición es un intento alterado de explicar lo objetivo, por ello supone una desfiguración de lo visto.
José Emilio Hernández Martín